La afinidad.

II. Tema y estilo

"El estilo de un escritor, es decir la fisonomía de su obra, consiste en una serie de actos selectivos que aquél ejecuta.
En torno al artista abre su ilimitada cuenca el mundo. Allí está lo material y lo espiritual, lo penoso y lo jocundo, el Norte y el Mediodía. Ahí están las palabras todas del diccionario, colocadas en batería, cada cual con su significación presta a dispararse. Y vemos cómo el escritor, de entre todas esas cosas inumerables, elige una y la hace objeto general, tema céntrico de su obra. En esta elección primera comienza a constituirse un estilo; es ella la decisiva. Como la planta impulsada por una misteriosa apetencia crece, se inclina o se contorsiona para buscar su luz, así el espíritu del escritor se orienta hacia su objeto, se enfronta con él, dejando a un lado y otro el resto de las cosas. Hay una afinidad previa y latente entre lo más íntimo de un artista y cierta porción de universo. Esa elección que suele ser indeliberada, procede- claro está- de que el poeta cree ver en ese objeto el mejor instrumento de expresión para el tema estético que dentro lleva, la faceta del mundo que mejor refleja sus íntimas emanaciones. Por esto la crítica literaria.cuya misión primaria y esencial no es evaluar los méritos de una obra, sino definir su carácter, tiene a mi juicio, que empezar por aislar ese objeto genérico, que viene a ser el elemento donde toda la producción alienta.

El estilo del lenguaje, es decir la selección de la fauna léxica y gramatical representa sólo la parte más externa y, por tanto, menos característica del estilo literario tomado integramente. Todos los que escribimos nos damos clara cuenta del reducido margen dentro del cual puede moverse nuestra elección en punto al idioma. El habla de nuestra época nos impone su estructura general, y las transformaciones que el más grande innovador del decir haya realizado son nada si se las compara con su originalidad en los otros planos de creación. Las condiciones y finalidad del idioma hacen de él una cosa en gran parte mostrenca y comunal.

III. El tema del vagabundo

En unas notas sobre Pío Baroja, tomadas hace cinco años, pero recientemente impresas mostraba yo como este novelista había hecho de su obra una especie de asilo nocturno donde únicamente se encuentran vagabundos.
Entre las varias suertes y modos de hombres, decía allí, Baroja se queda solo con los de condición inquieta y despegada, que no echan raíces ni en una tierra ni en un oficio, sino que van rodando de pueblo en pueblo y de menester en menester empujados por sus fugaces corazones.

¿No es extraña esta predilección? Extraña, ciertamente y, además, un caso ejemplar para los que hacen historia literaria según el evangelio de Taine y explican de una manera demasiado simple las influencias del medio en el escritor. Porque es la España actual una sociedad donde el vagabundo apenas existe. Antes al contrario, suele tener aquí la vida una estabilidad plúmbea y una monotonía aldeana. Cada cual entra en el carril de su oficio, atrozmente rígido y preestablecido, y suele, hasta la muerte, seguir en él, sin ensayar usos nuevos, sin protesta ni brindo. Y no obstante ser eso lo que Baroja encuentra dondequiera que mueve sus ojos, no es lo que ve, sino todo lo contrario. Ve criaturas errabundas e indóciles, decididas a no disolver sus instintos en las formas convencionales de vida que la sociedad ofrece e impone. Temperamentos tales tienen que fracasar en una época como la nuestra, tiranizada por principios de hipocresía. This age of cant, decía Byron. Le grand principe du siécle; être comme un autre, escribe Stendhal.
Pero estas vidas que son prácticamente fracasos y derrumbamientos, son moral y sentimentalmente victorias y gestos de ascensión. Al menos para el gusto de Baroja y para el mío. Yo creo , además, que con nosotros coincidirá todo corazón sensible todavía no pervertido por la valoración utilista de las cosas.

El triunfar en la sociedad es un síntoma, a veces inequívoco de una cierta clase de virtudes; al hombre que lo consigue solemos llamar eficaz, decimos que sirve, y la eficacia es un valor positivo que estoy muy lejos de negar. Pero me parece una perversión de nuestro tiempo que ese valor sea el único estimado o, cuando menos, el más estimado. Merced a ello hemos desalojado del mundo todo lo exquisito, porque todo lo exquisito-¡qué le vamos a hacer!- es socialmente ineficaz. La virtud de emocionarse delicadamente es, por ejemplo, una de las cosas más altas que cabe imaginar; pero en la mecánica que hoy rige las sociedades humanas sólo es útil para sucumbir. Así, un amigo mío, que padece de agudo sentimentalismo, no obstante ocupar altos cargos diplomáticos, dice en ocasiones: "Gentes como yo debían haber nacido en otra época, porque para flotar en esta que vivimos es imprescindible tener mal corazón, buen estómago y un cheque en el bolsillo.

De El Espectador. Por José Ortega y Gasset.

Muchas veces me propongo a mi misma la idea de no emprender la lectura de otro libro hasta que complete, desde la primera hasta la última, las obras de Ortega y de Freud, que he leído por parroquias, trabajado intensamente algunas y repetido varias veces otras, pero el auténtico placer que me auguro no está tanto en su interés académico, epistemológico, ya sobradamente constatado, como en asegurarme en el tiempo, sin solución de continuidad, ese otro placer de encontrar siempre en ellos la expansión del alma que hallamos en quien expresa con mejor suerte que tú mismo aquello que nos ronda en ella hasta la muerte.

Son esa porción del universo, tomando las propias palabras de este texto, hacia la cual nos orientamos como hacia la luz, haciéndo de ellos el único objeto de nuestros intereses, y con la que gustosamente renunciaríamos a cualquier otra porque es la que mejor expresa nuestras íntimas emanaciones. No deja de ser un placer narcisista, el de la propia sublimación, pero ¿hay, acaso, otros? A estas alturas, como mínimo, ya me lo puedo permitir. Como sucede con las muñecas rusas, al final, resulta que la primera era la única, la grande, y las demás, por distinta que fuera la la expectativa, se van repitiendo y además cada vez más mermadas pero idénticas. Kant, Dilthey,Nietzsche, Heidegger, Ortega,........... "το αὐτος" y yo. Esdedesear