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Mercaderes

"Quisiera ir un paso más allá. Por sí misma la realidad no vale un centavo. Es la percepción lo que confiere significados a la realidad. Hay una jerarquía entre las percepciones ( y por consiguiente entre los significados) en la que aquéllas adquiridas mediante los prismas más refinados y sensibles ocupan la cima. Es la cultura, única fuente de suministro, la que aporta a dichos prismas el refinamiento y la sensibilidad; es la civilización, cuya principal herramienta es el lenguaje. La evaluación de la realidad materializada mediante tal prisma- cuya adquisición es un objetivo de la especie - es por lo tanto la más precisa y quizás incluso la más justa (Ante todo esto no hay que hacer caso de los gritos de ¡Improcedente! y "Elitista! que pueden surgir, como no podía ser menos en los centros del saber locales porque la cultura es "elitista" por definición, y la aplicación de principios democráticos a la esfera del conocimiento conduce a la equiparación de sabiduría e idiotez)
 Joseph Brodsky  en el prólogo de "Contra toda esperanza" Memorias de Nadiezna Mandelstam

Que la realidad no vale un centavo es una afirmación de un hecho  tan verdadero  y constatable que de ninguna otra forma podríamos soportar los estragos que ella misma  produce. Estamos tan hechos a esa devaluada realidad, ya sea en una mirada histórica a cualquier pasado, preñado de guerras, miserias y abusos como en la percepción inmediata de nuestro presente, preñado de las mismas guerras, miserias y abusos,  que podemos transitar por ella aparentemente indiferentes, excesivamente indiferentes diría yo, como si un:  ¿Que más da? anestesiante permitiera  un sobrevivir con optimismo a la esencial mortalidad que nos constituye y de ahi para arriba.



Expulsión de los mercaderes del Templo. El Greco

Y aún así, sigo considerando que, sean cuales sean las aciagas circunstancias que individual o colectivamente estemos abocados a vivir, hay, como dice Brodsky, una jerarquía de percepciones que nos ofrecen diferentes significados para esa misma realidad; ya lo expresaba Campoamor en su famoso poema "En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira" La sensibilidad que proporciona la insaciable satisfacción de transitar por los luminosos colores de la civilización por el refinamiento de la cultura, y su lógico devenir en ética,  es inversamente proporcional a la grosera idiocia de los que caminan por la tenebrosa senda de la ignorancia. No hay corrupción suficiente, ni latrocinio ni violencia que pueda con la fortaleza de quien se sostiene sobre sólidos principios morales. No son los mismos prismas ni somos de la misma especie. Esdedesear

El décimo carácter

"Un paisano tiene por lo menos nueve caracteres: carácter profesional, nacional, estatal, de clase, geográfico, sexual, consciente, inconsciente y quizá todavía otro carácter privado; él los une todos en sí, pero ellos le descomponen, y él no es sino una pequeña artesa lavada por todos estos arroyuelos que convergen en ella, y de la que otra vez se alian para llenar con otro arroyuelo otra artesa más. Por eso tiene todo habitante de la tierra un décimo carácter y éste es la fantasía pasiva de espacios vacíos; este décimo carácter permite al hombre todo, a excepción de una cosa: tomar en serio lo que hacen sus nueve caracteres y lo que acontece con ellos; o sea, en otras palabras prohíbe precisamente aquello que le podría llenar"
De "El hombre sin atributos". Por Robert Musil

Creo que todos estaríamos dispuestos a firmar estas palabras de Musil, diríamos que son evidentes si consideramos el carácter como la manifestación de nuestra personalidad, el acopio de componentes que identifican nuestra "manera de ser", que nos individualizan, esa caja de herramientas con la que nos hemos pertrechado para salir al mundo. Ese carácter que sentimos como único, de una pieza, pero nos hace comportarnos de formas diferentes, incluso a veces opuestas o contradictorias. Así, sorprendentemente, un individuo de trayectoria profesional intachable se comporta como un energúmeno en un campo de futbol, conduciendo un coche, en casa, o en "la cama". Un devoto religioso decora su vida con toda clase de fastos cerrando filas frente a la vida miserable de sus congéneres, abogando por unos principios de clase que le permiten tranquilizar la conciencia. Por poner ejemplos manidos, pues sería largo desgranar las contradicciones, hay un "fuera, dentro", como en Barrio Sésamo, nacionalistas, ecologistas, socialistas, "intelectualistas", que traicionan sus principios ideológicos en cuanto cruzan cierto umbral.














"Pecadillos" extendidos son éstos antedichos, y otras inocentes conductas que varían dentro del imperativo del "a donde fueres, haz lo que vieres". Y así, no somos iguales según con quien, "en confianza" por ejemplo, "con los de casa", ante los que ostentan el poder, jefes, jefazos o jefecillos, cuando nos sentimos observados, en la intimidad, en un pais extranjero, en el divan... o en un blog. Son nuestras convenciones, "lo normá", su poquito de apariencia. Y sin embargo, inevitablemente, todo ello está firmemente amalgamado en esa "fantasía pasiva de espacios vacíos" que dirige nuestros pasos más de lo que podemos creer y que se percibe por los demás, silenciosamente, más de lo que cabe imaginar. Es nuestra afectividad, que se cuela y nos expresa como una sombra. Es esa "realidad subjuntiva" de la que ayer os hablaba. La que nos lleva a decir " maldita sea mi sombra", o " bendita sea mi sombra". Porque no es la suerte, no, desengañémonos. Que la sombra se me parezca aunque sea poco convencional, esdedesear.

La realidad subjuntiva

Hay sentencias que producen "un coup d'eclat" que cambian tu vida, si les haces caso, claro. Se tornan tan resplandecientes, tan iluminadoras que borran de un plumazo un montón de creencias equivocadas y parece que abrieran nuevos horizontes cuyas sendas, aunque todavía no trazadas, se muestran a la imaginación fáciles y accesibles. Son expresiones que aunque difusas las comprendes más por intuición que por explicación y ello es porque sencillamente son portadoras de verdad. Por suerte, en mi vida ha habido muchas de estas sentencias, muchas esclarecedoras reflexiones, algunas que vienen de un diálogo sincero con amigos con los que compartes esta vocación de desentrañar lo que sea "la vida", ese término que tiene más de idea que de cuerpo, aunque nos parezca lo contrario (así, cuando estamos enfermos poco nos preocupa esta especulación), pero sobre todo de mis amados "teóricos" (la palabra deriva del griego θεωρειν,"observar"). Soy, por suerte, confiada en la objetividad de la sabiduría de los maestros, avara de la utilidad que me pueden aportar, flexible para abrirme a nuevas posibilidades, y agradecida, enormemente agradecida, cuando observo, yo misma, los resultados intuidos.

Una de esas sentencias, no exactamente así enunciada, porque en mi recuerdo es ya una mezcolanza que procede de muchos emisores (desde Platón a Ortega, pasando por Freud, Russell, Heidegger, y un largo etc,) es que para ser feliz uno debe "ajustar su deseo a la realidad". Parece sencillo: conocido el deseo, asumida la realidad, ajustar y punto. Lo que parece fácil en la idea se convierte en tarea ardua en su materialización. Sin embargo, al escucharlo, al comprenderlo, sólo esa intuición ya libera, produce sus frutos. Podemos quedarnos así, una vez comprendida, porque todo cambia, sepamos o no lo que es el deseo y la realidad. Es decir a qué nos referimos cuando nombramos lo que nombramos. Saberlo sería ya suficiente. Algo se pone a funcionar, aunque solo sea el comprender porqué algo no funciona, así es la comprensión de lo auténtico.

En ese blog he hablado bastante, aunque nunca es bastante, de la necesidad de conocer nuestros deseos, los auténticamente nuestros, desembarazándolos de los superficialmente adquiridos bajo diferentes "presiones". Ahora voy a hablar de la "realidad". Se han escrito ríos de filosófica tinta sobre lo real, la realidad. Una forma asequible de comprender qué sea la realidad ( lógicamente el concepto de realidad) puede ser la explicacion freudiana de esos dos principios que rigen nuestro psiquismo, el principio de placer (institivo) y el principio de realidad(instituido). La orteguiana de la necesidad de conciliar el yo y la circunstancia, o simplemente la del "sentido común", por ejemplo; pero eso sería objetivamente hablando, claro. Luego está el plano de lo subjetivo, omnibarcante y poderoso, en la que probablemente la realidad "brilla por su ausencia" escondida tras las palabras. Y esta es la "realidad real", más incierta, pero la que somos, esa que responde a las palabras de Lacan, "pienso donde no soy y soy donde no pienso". Es decir que la verdad de lo real, se nos escapa al lenguaje, y sin embargo "es". Es lo que no hace falta pensarse, sino despensarse. Lo que es más claro para la intuición a veces es muy oscuro para el pensamiento.

Y todo este embrollo porque quiero compartir con vosotros este precioso texto de Musil, al efecto, que me voy encontrando en la lectura de "El hombre sin atributos". Explica mejor que yo estos "reales" temas, de los que seguiré hablando. Esdedesear

"Si existe el sentido de la realidad, debe existir también el sentido de la posibilidad"

Quien quiere pasar despreocupado por puertas abiertas, ha de cerciorarse primero de que dinteles y ambas esté bien ajustados. Este principio, vital para él, es un postulado del sentido de la realidad. Si se da, pues
, sentido de la realidad, y nadie dudará de su razón de ser, se tiene que dar por consiguiente algo a lo que se pueda llamar sentido de la posibilidad.
El que lo posee no dice, por ejemplo: aqui ha sucedido esto o aquello, sucederá, tiene que suceder; y si se le demuestra que una cosa es tal como es, entonces piensa: probablemente podría ser también de otra manera. Así cabría definir el sentido de la posibilidad como la facultad de pensar en todo aquello que podría igualmente ser, y de no conceder a lo que es más importancia que a lo que no es. Como se ve, las consecuencias de tal disposición creadora pueden ser notables; es así cómo, por desgracia, aparece no pocas veces falso lo que los hombres admiran y aquello que prohíben, lícito, o bien ambas cosas como indiferentes. Tales hombres de la posibilidad viven, como se suele decir, en una tesitura más sutil, etérea, ilusoria, fantasmagórica y subjuntiva. Cuando los niños muestran tendencias semejantes se procura enérgicamente hacerlas desparecer, y ante ellos se califica a esos individuos con los apelativos de ilusos, visionarios, endebles y pendantes o sofistas.
Si se les quiere alabar, a estos locos también se les llama idealistas, pero evidentemente de este modo se alude sólo al tipo débil que no alcanza a ver la realidad o se separa lamentablemente de ella, por lo que entonces la ausencia del sentido de la realidad aparece como una auténtica carencia. Lo posible abarca, sin embargo, no sólo los sueños de las personas neurasténicas, sino también los designios no decretados de Dios. Una experiencia posible o una posible verdad
no equivale a una experiencia real unida a una verdad auténtica, menos el valor de la veracidad, sino que tienen, al menos según la opinión de sus defensores, algo muy divino en sí, un fuego, un vuelo, un espíritu constructor y la utopía consciente que no teme la realidad, sino que la trata mejor como problema y ficción. (...)
Un individuo semejante no es en modo alguno un asunto muy inequívoco. Dado que sus ideas, mientras no degeneren en vanas quimeras, no son otra cosa que realidades todavía no nacidas, también él tiene, como es natural, sentido de la realidad; pero es un sentido para la realidad posible y da en el blanco mucho más tarde que el sentido, congénito en la mayor parte de los hombres, para las posibilidades verdaderas. Prefiere, por decirlo así, el bosque a los árboles; el bosque es algo difícil de definir, mientras que los árboles significan tantos y tantos metros cúbicos de madera de determinada calidad. Quizá se pueda expresar esto mejor diciendo que el hombre con sentido normal de la realidad se asemeja a un pez que muerde el cebo y no ve el sedal, en tanto que el hombre con ese sentido de la realidad, al que también se puede llamar sentido de la posibilidad, lanza el anzuelo al agua sin saber si le ha puesto cebo."


De "El hombre sin atributos" Por Robert Musil.