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La pesadilla de Haiti.

No debía aplazar más tiempo una analítica que me pidió mi cardiólogo. No poder desayunar en cuanto me levanto me pone de mal humor. Finalmente hoy fuí al concurrido laboratorio de mi sanidad pública. Hace un día de perros así que iba totalmente pertrechada para las inclemencias del tiempo: mis botas a juego con mi bolso marrón , mi buen trench para la lluvia, mi coqueto sombrerito, el imprescindible foulard, paraguas. Soporto la espera con un libro de Alice Munro, suelo llevar un novela en el bolso para estos ratos perdidos; en mi mesilla de noche tengo unos cuentos de Guy de Maupassant, y por el día alterno varios ensayos. Entramos cuatro para la extracción de sangre, descubrimos a la vez nuestros brazos sentados en cómodas butacas de piel mientras recibimos el dulce consuelo de la enfermera por el incómodo y desagradable pinchazo. No espero un minuto más y desayuno un humeante tazón de café con leche y un jugoso croissant en la cafetería del propio hospital. Conduzco mi coche que todavía conserva el calor del meneo al climatizador que le metí de mañana. El garaje estaba frío y la diferencia de temperatura con la buena calefacción de mi casa me destempla.

Las cafeterías ya están rebosantes a horas tempranas y da gusto contemplar el ajetreo de la ciudad. Un camión municipal me obliga a parar mientras lleva a cabo la maniobra de introducir tres colchones medianamente viejos que aguardaban perfectamente ordenados al lado de los tres contenedores de basura, orgánico, inorgánico y papel, lugar convenido con el ciudadano que dió el aviso de retirada en días anteriores. Continuo mi trayecto dejando a un lado los cantones, varios operarios con todos sus aperos están enfrascados en el mantenimiento diario de los jardines. Supero al tercer ingenio de limpieza de calles que me voy encontrando, éste se encarga de cepillar los bordillos. Enfilo la dársena, todo ante mi vista: barcos, gruas, contenedores, carretillas, edificaciones, mantiene un asombroso orden pese al afanoso trajín de carga y descarga portuaria. Farolas, letreros, semáforos, aceras, aparcamientos, servicios de alquiler de bicis, y un largo etcétera, estupendamente conservados y oportunamente dispuestos para el uso y disfrute.

Me detengo, gracias a mi gran sensibilidad, un día más, a observar el maravilloso espectáculo que ofrece un rojo haz de rayos de sol entre las algodonosas nubes y el espléndido reflejo en el mar. Ya sentada ante mi confortable mesa de despacho, ataco a mi computadora personal y saludo por el skype, antes de consultar el correo electrónico. No olvidar sacar entradas para el concierto en el servidor de internet y enviar un sms para reservar las del nuevo ciclo de cine. Y dedicarle un rato al blog mientras escucho con mis nuevos cascos el último podscats de "el fantasma de la ópera" en la radio nacional sin anuncios.

Es difícil, ironías aparte, no encontrar insultante mi vida al compararla con la de un habitante de Haití. No se me ocurre argumentación alguna para estas diferencias y además no creo que exista una justificación posible para los pobladores del llamado "primer mundo". Solo se me ocurre que lo único que puedo hacer es condolerme y ser feliz humildemente. Al menos no dar la lata. Esdedesear.