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El optimismo del fracasado.

"Y allí, en aquel quiosco, en la pequeña mecedora de mimbre amarillo, un día se quedó cuatro horas enteras leyendo con creciente emoción un libro que había ido a parar a sus manos de manera medio casual, medio intencionada. Después del segundo desayuno, con el cigarrillo en la boca, lo había encontrado en la salita de fumar, escondido en un recóndito rincón de la estantería detrás de otros gruesos volúmenes; recordaba habérselo comprado a su librero habitual hacía ni se sabe cuánto tiempo a un precio de oferta, sin concederle gran valor...
Le invadió un sentimiento de satisfacción desconocido para él, profundo y agradecido. Era la incomparable satisfacción de ver cómo una mente privilegiada y superior se hacía dueña de esta vida tan dura, cruel y grotesca para someterla y juzgarla..., la satisfacción del que sufre, del que, dadas la frialdad y dureza de la vida, oculta constantemente su sufrimiento con vergüenza y mala conciencia y, de repente, recibe de manos de alguien grande y sabio el derecho fundamental y solemne a sufrir a causa de este mundo; de este mundo que supuestamente es el mejor de todos los mundos posibles pero que, como se demostraba con brillante ironía, es el peor de todos los imaginables. (...)
Le faltaban pocas líneas para terminar cuando, a las cuatro de la tarde, llegó la criada a través del jardín para llamarle a la mesa.... Sentía que todo su ser se había engrandecido de forma asombrosa y que una pesada y oscura embriaguez se había apoderado de él; su mente flotaba en una extraña nebulosa, fascinada por completo por algo indeciblemente nuevo, arrebatador y lleno de promesas que le recordaba al primer enamoramiento, tan anhelante y esperanzado. No obstante..."
* El libro en cuestión es, pues, "El mundo como voluntad y representación" de Schopenhauer ( 1819) y el capítulo el 41 de los Complementos al Libro Cuarto, publicados en 1844 (citado según la edición de Roberto R. Aramayo; Fondo de Cultura Económica-Círculo de Lectores,2003. N. de la T.

De "Los Buddenbrook" por Thomas Mann.

En la edición que yo tengo (Editorial Porrúa, México 1987) de éste libro del admirado filósofo (admiración que tengo la suerte de compartir con Thomas Mann y al que le debo habérmelo hecho atractivo), Friedrich Sauer, no tiene una opinión tan favorable. Cree que no procedió científicamente al prescindir de investigaciones de la filosofía medieval, que es impreciso, que incurrre en contradicciones, y que una doctrina llena de contradicciones no puede ni ser verdadera ni contribuir a favorecer el conocimiento de la verdad, entre otras cosas. Estoy en total desacuerdo, en mi opinión es justo lo contrario. Quizás esta visión mía, tan personal, lo sea por esto que el mismo Sauer dice en su introducción "es un hecho que su doctrina encontró muchos partidarios, seguramente no entre los profesores de filosofía tan odiados por él, pero quizá entre todos los muchos hombres que de alguna manera fracasaron en la vida". Quizá, así sea. Puede que su doctrina no sea verdadera, ni me importa, ya no tengo muy buena opinión sobre la necesidad de poseer la verdad, pero lo que me niego es a seguir la estela de los que dicen que la doctrina de Schopenhauer es pesimista. Lo habrán leído concienzudamente pero, lo siento, no lo han entendido. Merece la pena comprobarlo. Esdedesear.

Una miradita a la muerte (1)

"Pero no era sólo eso; ya no era únicamente la preocupación por el futuro de su hijo y de su casa lo que le atormentaba. Una inquietud nueva y de distinta índole se apoderó de él y puso en marcha sus cansados pensamientos... Porque, en cuanto el fin de sus días dejó de ser una realidad inevitable pero lejana, abstracta e irrelevante, para convertirse en algo inminente y tangible que requería una serie de preparativos inmediatos, el senador comenzó a reflexionar, a mirar en su interior, a investigar cuál era su situación ante el problema de la muerte, y ante las cuestiones trascendentes...., y ya tras las primeras indagaciones llegó a la conclusión de que su espíritu, aún en un estado de madurez incurable, no se hallaba en absoluto preparado para morir. La fe ciega, aquella profunda religiosidad casi rayana en el misticismo que su padre había sabido compatibilizar con un gran sentido práctico y que, más adelante, había cultivado su madre, siempre le había sido ajena. Durante toda su vida, más bien se había enfrentado a las preguntas primeras y últimas sobre la existencia con el escepticismo cosmopolita de su abuelo; no obstante, demasiado profundo, demasiado inteligente y demasiado necesitado de lo metafísico como para darse por satisfecho con la apacible superficialidad del anciano Johann Buddenbrook, había buscado la respuesta a los temas como la vida eterna y la inmortalidad en la historia y se había dicho siempre que él había vivido ya en sus antepasados y que seguiría viviendo en sus descendientes. Esta idea no sólo era acorde con su sentido de la familia y de la religiónen un sentido histórico, sino que también le haía reconfortado y alentadoen su actividad profesional, sus ambiciones y su forma de vida en general. Ahora, sin embargo, era evidente que, ante los cercanos y penetrantes ojos de la muerte, aquella idea se desmoronaba, y no proporcionaba ni siquiera una hora de sosiego y serena aceptación de lo que había de venir.

Aunque en algunos momentos de su vida Thomas Buddenbrook había coqueteado con cierta inclinación por el catolicismo, en lo más hondo de su ser estaba muy firmemente arraigado el sentido de la responsabilidad,-serio, riguroso hasta lo mortificante, implacable- de los más verdaderos y fervientes portestantes. No, ante lo último y lo más Alto, no cabía apoyo externo ninguno, ninguna mediación, absolución, paliación del dolor ni consuelo En completa soledad, con autonomía y por los propios medios era como había que desvelar el gran misterio y a través de una búsqueda realizada con suma diligencia y empeño, alcanzar un estado de claridad y disposición antes de que fuera demasiado tarde, o sucumbir a la desesperación... y Thomas Buddenbrook se alejó decepcionado y descorazonada de su único hijo, en quien había esperado seguir viviendo fuerte y, rejuvenecido, e, impaciente y atemorizado, comenzó a buscar esa verdad que debía de estar esperándole en alguna parte..."


De "Los Buddenbrook" por Thomas Mann.


Thomas Mann escribió esta novela con 25 años. ¡Huelgan los comentarios! Para los que la habeis leído sobran las palabras y para los que no, os la recomiendo fervientemente; pero éste no es el tema, me encamino hacia Schopenhauer, autor cuyo inestimable descubrimiento debo precisamente a Mann en un episodio que ya os conté el año pasado en una entrada de marzo que se llamaba ¡Éste eres tu!". Continuará. Esdedesear