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Sacudidas


Las ideas se tienen, en las creencias se está
Ortega y Gasset

Han sucedido cosas aquí que me tienen muy desasosegada. No sabemos que hay de cierto en las versiones que se dan de los hechos, pero incluso aunque nada de lo que se diga sea verdad y así lo deseo; por un motivo u otro, todos estamos estamos reflexionando, pensando, conmocionados, da igual si ha sido sentenciado oficialmente o no ( porque en la intimidad una conjetura no se convierte en acusación, sólo lo hace cuando se vierte en el espacio  público por las graves consecuencias que puede conllevar) ,  en  la posibilidad de que unos padres, de características similares a las nuestras, cercanos,  hayan  llevado a cabo acciones tan fuera de lo común, tan extraordinarias, tan sórdidas, tan "irracionales". Hechos como éste, de los que con frecuencia tenemos noticia, vapulean nuestras creencias: "Todo padre ama a su hijo y quiere para él lo mejor". Como paliativo, para reducir la incomprensión, lo más frecuente  es culpar a un posible trastorno, pero no siempre es así, y eso aún nos conmueve más. Con el tiempo olvidamos, es lo más sano, ya no soportaríamos la aceptación de una sociedad poblada de individuos guiados por motivaciones irracionales. Eso lo dejamos para el análisis o estudio de otras épocas, a las que nos dirigimos con curiosidad y simpatía  pero sin crítica peyorativa. El tiempo lo cura todo y hace de un salvaje un sujeto ingenuo producto de las circunstancias que nada tienen que ver con nuestra elevada civilización.

En un interesante libro de Juan Antonio Rivera, "Lo que Sócrates diría a Woody Allen", que en su momento fue premio Espasa de ensayo, leo esta interesante reflexión que nos puede ayudar a comprender por qué de vez en cuando la vida nos sacude, da una patada a nuestras creencias y nos pone a parir ideas. El caso más frecuente, suele ser la enfermedad, la idea de la próxima muerte de un ser querido o de nosotros mismos. La violencia, el hambre, la explotación en el mundo, ya nos tienen insensibilizados de pura impotencia.

Dice así:
Cosas con las que irreflexivamente contamos:
- Que el mundo en el que estamos es real, no ilusorio

- que existen objetos exteriores a nosotros que subsisten cuando no los percibimos

- que el curso de la naturaleza será en el futuro como en el pasado, que no habrá alteraciones bruscas de las  leyes de la naturaleza.

- que existen otras mentes aparte de la nuestra.

- que el mundo externo es un entramado de fenómenos vinculados entre si por relaciones causa efecto.

- que mantenemos la identidad personal a pesar de los vacíos de la autoconciencia que se producen cuando  dormimos sin soñar, estamos en coma, bajo anestesia general o en estado de narcosis profunda.

- con una cierta expectativa de vida.

 Todas estas creencias o expectativas constituyen el suelo firme sobre el cual la vida acontece; así lo afirma sin reservas Ortega y Gasset: "la máxima eficacia sobre nuestro comportamiento reside en en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con lo que contamos, y en que, de puro contar, no pensamos"... y resalta además que la inteligencia consciente es sólo un segundo violín en la orquestación de nuestras vidas , que entra en juego en situaciones de emergencia, precisamente cuando las creencias o expectativas en las que habitualmente descansamos se revelan de súbito infundadas; y para salir a flote, para no hundirnos en ellas, necesitamos pensar, concebir ideas"

Esdedesear

¡Navidad a la vista!

¡Dios a la vista!

"En la órbita de la Tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al Sol y un tiempo de máximo alejamiento. Un espectador astral que viese a la Tierra en el momento en que huye del Sol pensaría que el planeta no había de volver nunca junto a él, sino que cada día, eviternamente, se alejaría más. Pero si espera un poco verá que la Tierra, imponiendo una suave inflexión a su vuelo, encorva su ruta, volviendo pronto junto al Sol, como la paloma al palomar y el boomerang a la mano que lo lanzó. Algo parecido acontece en la órbita de la historia con la mente respecto a Dios. Hay épocas de odium Dei, de gran fuga de lo divino, en que esta enorme montaña de Dios casi desaparece del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!

No se trata de beatería alguna; no se trata ni siquiera de religión. Sin que ello implique escatimar respeto alguno a las religiones, es oportuno rebelarse contra el acaparamiento de Dios que suelen ejercer. El hecho, por otra parte no es extraño; al abandonar las demás actividades de la cultura el tema de lo divino, solo la religión continúa tratándolo y todos llegan a olvidar que Dios es también un asunto profano.

La religión consiste en un repertorio de actos específicos que el ser humano dirige a la realidad superior: fe, amor, plegaria, culto. Pero esa realidad divina tiene otra vertiente en la cual se prenden otros actos mentales perfectamente ajenos a la religiosidad. En ese sentido cabe decir que hay un Dios laico, y este Dios, o flanco de Dios, es lo que ahora está a la vista."

De El Espectador, por José Ortega y Gasset.

Ortega, hasta para decir lo que yo os voy a decir:- estoy "de las cervicales" y el dolor me impide escribir nada más inspirado para esta última entrada antes de las fiestas-, lo haría expresándose bellamente. Me sirvo de él para desearos, desde el "flanco del Dios laico" felices fiestas y feliz año que viene, que, al parecer va a venir cargado de sorpresas. Las comentaremos ¿verdad?, espero contar con vosotros para ello. Esdedesear.

Agricultura primaveral

"Hablaba yo antes de un cierto fondo insobornable que hay en nosotros. Generalmente, ese nucleo último e individualísimo de la personalidad está soterrado bajo el cúmulo de juicios y de maneras sentimentales que de fuera cayeron sobre nosotros. Sólo algunos hombres dotados de una peculiar energía consiguen vislumbrar en ciertos instantes las actitudes de eso que Bergson llamaría el yo profundo. De cuando en cuando llega a la superficie de la conciencia su voz recóndita. Pues, bien, Baroja es el caso extrañísimo, en la esfera de mi experiencia único, de un hombre constituído casi exclusivamente por ese fondo insobornable y exento por completo del yo convencional que suele envolverlo"

De "El Espectador. El fondo insobornable". Por José Ortega y Gasset

" Hay por lo menos, una realidad que todos captamos desde dentro, por intuición y no por simple análisis. Es nuestra propia persona en su fluencia por el tiempo. Es nuestro ser que dura. Podemos no simpatizar intelectualmente, o mejor, espiritualmente, con alguna cosa. Pero simpatizamos seguramente con nosotros mismos.
Cuando llevo sobre mi persona, supuesta inactiva, la mirada interior de mi conciencia, advierto desde luego, a manera de una corteza solidificada en la superficie, todas las percepciones que le llegan del mundo material. Estas percepciones son claras, distintas, yuxtapuestas, o capaz de serlo, las unas a las otras; tratan de agruparse en objetos. Advierto enseguida recuerdos, más o menos adheridos a estas percepciones, que sirven para interpretarlas. Tales recuerdos están como arrancados del fondo de mi persona, sacados a la periferia por las percepciones que los representan y puestos sobre mí sin ser absolutamente yo mismo. Y en fin, siento que se manifiestan tendencias, hábitos motrices, una turba de acciones virtuales, ligadas más o menos sólidamente a esas percepciones y a esos recuerdos. Todos estos elementos de formas bien definidas, me parecen tanto más distintos de mí cuanto son más distintos los unos de los otros. Orientados de dentro hacia fuera, constituyen, reunidos, la superficie de una esfera que tiende a dilatarse y perderse en el mundo exterior. Pero si me dirijo de la periferia al centro, si busco en el fondo de mí lo que es más uniformemente, más constantemente, más duraderamente yo mismo, encuentro otra cosa distinta."

De "Introducción a la metafísica". Duración y conciencia. Por Henry Bergson.

Como suele ocurrirme siempre (y no digamos ahora con la facilidad que nos proporciona la herramienta internet) cuando me encontraba inmersa en la lectura de El Espectador, no pude evitar irme por los cerros de úbeda, siendo en este caso los felices cerros de úbeda del "yo profundo" de Bergson al que Ortega hacía alusión en el última fragmento que os comenté. Ya había despertado mi curiosidad y quería haberlo estudiado más a fondo, la noción de conciencia que Bergson tiene como "duración real", como movimiento, como corriente, y también intuí que necesitaría atención detenida, de esas que requieren un esfuerzo añadido, porque sabes que te estás metiendo en berenjenales de los que te va a costar trabajo salir, aunque como ocurre, según dicen, con las plantaciones de berenjenas, los surcos del cultivo (en este caso del espíritu) te atrapan y te complican la andadura, pero luego la cosecha merece la pena ¿no?. Y cuando entre los dichosos surcos danzaba como podía, otro bicho me picó, aparte del de la curiosidad, el de una faringitis que me dejó no solo sin voz sino también con pocas fuerzas y hete aquí que la física venció a la metafísica, así que, ya recuperada, vuelvo a la carga segura de que desentrañar y comentaros, si es que lo consigo con alguna posibilidad de comprensión, el tan farragoso concepto,porque a pesar de su intríngulis será, como en la agricultura de las berenjenas, un sabroso placer de la cultura del alma. Esdedesear.





L-O-V-E

http://www.youtube.com/watch?v=JErVP6xLZwg&feature=related




"Cuando hemos leído ya muchas literaturas y algunas heridas en el corazón nos han hecho incompatibles con la retórica, empezamos a no interesarnos más que en aquellas obras donde llega a nosotros gemebunda o riente la emoción que en el autor suscita la existencia. Y llamamos retórico, en el mal sentido de la palabra, a todo libro en cuyo fondo no resuene ese trémolo metafísico.

La humanidad hace en grandes proporciones esa misma exclusión que en límites reducidos verifica el lector individual. A lo largo de los siglos sólo consiguen afianzarse en la atención pública las obras literarias que envuelven un nervio trascendental- sea como en Esquilo, religioso y trágico; sea como en Anacreonte, estremecido de placer y de uva.

A los veinte años se lee como se vive: añadiendo nuevas unidades a nuestro cúmulo de ideas y pasiones. Mas ya a los treinta años sospechamos que no es lo decisivo el número bruto de unidades, sino la proporción entre el debe y el haber. Nuestro espíritu se recoge sobre sí mismo y con la frialdad de un contable se pone a hacer el balance de la vida. El cálculo ni puede ni tiene que ser científico. Con ser la ciencia cosa grave y seria, lo es mucho más este asunto. Se trata de un negocio sentimental que ha de solventarse por medio de íntimas ponderaciones.

Es inevitable: hacia los treinta años, en medio de los fuegos juveniles que perduran, aparece la primera línea de nieve y congelación sobre las cimas de nuestra alma. Llegan a nuestra experiencia las primeras noticias directas del frío moral. Un frío que no viene de fuera, sino que nace de lo más íntimo y desde allí envía al resto del espíritu un efecto extraño que más que nada se parece a la impresión producida por una mirada quieta y fija sobre nosotros. No es aún tristeza, ni es amargura, ni es melancolía lo que suscitan los treinta años; es más bien un imperativo de verdad y una como repugnacia hacia lo fantasmagórico. Por esto es la edad en que dejamos de ser lo que nos han enseñado, lo que hemos recibido en la familia, en la escuela, en el lugar común de nuestra sociedad. Nuestra voluntad gira en redondo. Hasta entonces habíamos querido ser lo que creíamos mejor: el héroe que la historia ensalza, el personaje romántico que la novela idealiza, el justo que la moral recibida nos propone como norma. Ahora de pronto, sin dejar de creer que todas esas cosas son tal vez las mejores, empezamos a querer ser nosotros mismos, a veces con plena conciencia de nuestros radicales defectos. Queremos ser, ante todo, la verdad de lo que somos y muy especialmente nos resolvemos a poner bien en claro qué es lo que sentimos del mundo. Rompiendo entonces sin conmiseración la costra de opiniones y pensamientos recibidos, interpelamos a cierto fondo insobornable que hay en nosotros. Insobornable no sólo para el dinero o el halago, sino hasta para la ética, la ciencia y la razón. La misma convicción científica, esa aquiescencia que automáticamente produce en la periferia de nuestra personalidad el vigor de una prueba, de un razonamiento claro- toma un cariz superficial si se la compara con las afirmaciones y negaciones que inexorablemente ejecuta ese fondo sustancial.

Y en todo hombre o mujer que encontramos, en todo libro que leemos sólo nos interesa conocer cuál sera el resultado de su balance vital. Si no lo han hecho- como suele ocurrir-, podrá la conveniencia social llevarnos a fingirles respeto, pero nuestra recóndita estimación se retira de ellos. Quien no se ha puesto a sí mismo en claro frente a estas cuestiones últimas, quien no ha tomado una actitud definida ante ellas, no nos interesa. "
De El Espectador. Por José Ortega y Gasset



Qué tremendamente maravillosas son las palabras de Ortega y qué extraordinariamente positivo el mensaje que nos transmiten, verdaderamente optimista, si... pero "no es tan fácil". Y entrecomillo esta expresión porque me recuerda a una obra de Paco Mir, en la que participé un tiempito de aficionada al teatro. Y no es tan fácil, porque como el mismo Ortega dice, se trata de un negocio sentimental, del negocio sentimental, del negocio, del único negocio, el neg-ocio de la vida. Da igual quien sea el "Otro", un libro, un amigo, un amor,una sociedad, no es tan fácil. Todo lo que dice Ortega, palabra por palabra, sucede, pero no siempre salimos airosos de esta reconversión que debe producirse a los treinta años y que condicionará el futuro vital, ese momento en que uno siente que debe elegir ser uno mismo y ser lo "que tiene que ser". Y no es tan fácil porque ese fondo insobornable, al que apelar, sí desea ser insobornable pero no lo consigue sin esfuerzo y coste, sin hacer algunas pérdidas y duelos dolorosos, sin sufrir algunas decepciones, amarguras y melancolías, y en el peor de los casos casos simplemente no lo consigue nunca, mal dispuesto para esas renuncias. Quizás retiremos la estima a un libro o a una persona, a una sociedad, pero no sólo le fingiremos respeto, a veces incluso le fingiremos amor. No es tan fácil. Admitámoslo, nuestro fondo es bastante sobornable, pero también seamos indulgentes, es "inconscientemente" sobornable por temeroso,y siempre nos quedará... Freud, para ayudarnos a desocultar la forma de negociar nuestros miedos inconscientes, y después volver a Ortega, liberados y por fin reconvertidos, las veces que haga falta. En él sí podemos hallar ese hermoso balance vital tan digno de estimar. Esdedesear.

La afinidad.

II. Tema y estilo

"El estilo de un escritor, es decir la fisonomía de su obra, consiste en una serie de actos selectivos que aquél ejecuta.
En torno al artista abre su ilimitada cuenca el mundo. Allí está lo material y lo espiritual, lo penoso y lo jocundo, el Norte y el Mediodía. Ahí están las palabras todas del diccionario, colocadas en batería, cada cual con su significación presta a dispararse. Y vemos cómo el escritor, de entre todas esas cosas inumerables, elige una y la hace objeto general, tema céntrico de su obra. En esta elección primera comienza a constituirse un estilo; es ella la decisiva. Como la planta impulsada por una misteriosa apetencia crece, se inclina o se contorsiona para buscar su luz, así el espíritu del escritor se orienta hacia su objeto, se enfronta con él, dejando a un lado y otro el resto de las cosas. Hay una afinidad previa y latente entre lo más íntimo de un artista y cierta porción de universo. Esa elección que suele ser indeliberada, procede- claro está- de que el poeta cree ver en ese objeto el mejor instrumento de expresión para el tema estético que dentro lleva, la faceta del mundo que mejor refleja sus íntimas emanaciones. Por esto la crítica literaria.cuya misión primaria y esencial no es evaluar los méritos de una obra, sino definir su carácter, tiene a mi juicio, que empezar por aislar ese objeto genérico, que viene a ser el elemento donde toda la producción alienta.

El estilo del lenguaje, es decir la selección de la fauna léxica y gramatical representa sólo la parte más externa y, por tanto, menos característica del estilo literario tomado integramente. Todos los que escribimos nos damos clara cuenta del reducido margen dentro del cual puede moverse nuestra elección en punto al idioma. El habla de nuestra época nos impone su estructura general, y las transformaciones que el más grande innovador del decir haya realizado son nada si se las compara con su originalidad en los otros planos de creación. Las condiciones y finalidad del idioma hacen de él una cosa en gran parte mostrenca y comunal.

III. El tema del vagabundo

En unas notas sobre Pío Baroja, tomadas hace cinco años, pero recientemente impresas mostraba yo como este novelista había hecho de su obra una especie de asilo nocturno donde únicamente se encuentran vagabundos.
Entre las varias suertes y modos de hombres, decía allí, Baroja se queda solo con los de condición inquieta y despegada, que no echan raíces ni en una tierra ni en un oficio, sino que van rodando de pueblo en pueblo y de menester en menester empujados por sus fugaces corazones.

¿No es extraña esta predilección? Extraña, ciertamente y, además, un caso ejemplar para los que hacen historia literaria según el evangelio de Taine y explican de una manera demasiado simple las influencias del medio en el escritor. Porque es la España actual una sociedad donde el vagabundo apenas existe. Antes al contrario, suele tener aquí la vida una estabilidad plúmbea y una monotonía aldeana. Cada cual entra en el carril de su oficio, atrozmente rígido y preestablecido, y suele, hasta la muerte, seguir en él, sin ensayar usos nuevos, sin protesta ni brindo. Y no obstante ser eso lo que Baroja encuentra dondequiera que mueve sus ojos, no es lo que ve, sino todo lo contrario. Ve criaturas errabundas e indóciles, decididas a no disolver sus instintos en las formas convencionales de vida que la sociedad ofrece e impone. Temperamentos tales tienen que fracasar en una época como la nuestra, tiranizada por principios de hipocresía. This age of cant, decía Byron. Le grand principe du siécle; être comme un autre, escribe Stendhal.
Pero estas vidas que son prácticamente fracasos y derrumbamientos, son moral y sentimentalmente victorias y gestos de ascensión. Al menos para el gusto de Baroja y para el mío. Yo creo , además, que con nosotros coincidirá todo corazón sensible todavía no pervertido por la valoración utilista de las cosas.

El triunfar en la sociedad es un síntoma, a veces inequívoco de una cierta clase de virtudes; al hombre que lo consigue solemos llamar eficaz, decimos que sirve, y la eficacia es un valor positivo que estoy muy lejos de negar. Pero me parece una perversión de nuestro tiempo que ese valor sea el único estimado o, cuando menos, el más estimado. Merced a ello hemos desalojado del mundo todo lo exquisito, porque todo lo exquisito-¡qué le vamos a hacer!- es socialmente ineficaz. La virtud de emocionarse delicadamente es, por ejemplo, una de las cosas más altas que cabe imaginar; pero en la mecánica que hoy rige las sociedades humanas sólo es útil para sucumbir. Así, un amigo mío, que padece de agudo sentimentalismo, no obstante ocupar altos cargos diplomáticos, dice en ocasiones: "Gentes como yo debían haber nacido en otra época, porque para flotar en esta que vivimos es imprescindible tener mal corazón, buen estómago y un cheque en el bolsillo.

De El Espectador. Por José Ortega y Gasset.

Muchas veces me propongo a mi misma la idea de no emprender la lectura de otro libro hasta que complete, desde la primera hasta la última, las obras de Ortega y de Freud, que he leído por parroquias, trabajado intensamente algunas y repetido varias veces otras, pero el auténtico placer que me auguro no está tanto en su interés académico, epistemológico, ya sobradamente constatado, como en asegurarme en el tiempo, sin solución de continuidad, ese otro placer de encontrar siempre en ellos la expansión del alma que hallamos en quien expresa con mejor suerte que tú mismo aquello que nos ronda en ella hasta la muerte.

Son esa porción del universo, tomando las propias palabras de este texto, hacia la cual nos orientamos como hacia la luz, haciéndo de ellos el único objeto de nuestros intereses, y con la que gustosamente renunciaríamos a cualquier otra porque es la que mejor expresa nuestras íntimas emanaciones. No deja de ser un placer narcisista, el de la propia sublimación, pero ¿hay, acaso, otros? A estas alturas, como mínimo, ya me lo puedo permitir. Como sucede con las muñecas rusas, al final, resulta que la primera era la única, la grande, y las demás, por distinta que fuera la la expectativa, se van repitiendo y además cada vez más mermadas pero idénticas. Kant, Dilthey,Nietzsche, Heidegger, Ortega,........... "το αὐτος" y yo. Esdedesear





¡Éste eres tu!

"Mas el hombre no es sino lo que él se hace. En cada instante, queramos o no, tenemos que decidir lo que vamos a ser, esto es, lo que vamos a hacer en el siguiente... forzados a elegir... se elige uno a sí mismo entre muchos posibles"sí mismo". Entre los muchos haceres posibles el hombre tiene que acertar con el suyo y resolverse...La mayor parte de los hombres, sin embargo, se ocupan denodadamente en huir de él, falsificando su vida por no lograr que su hacer coincida con su quehacer... ¿Como no se ha advertido que la paradójica condición del hombre radica en que no puede ser lo que quiera, sino lo que tiene que ser necesariamente y al mismo tiempo puede no aceptar esa necesidad, eludirla, defraudarla?"
Del Prólogo a Obras Completas (1932) por José Ortega y Gasset

"Así pues queda claro, en virtud de todo esto, que nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos." De Ética, por B.Spinoza

Una mañana soleada de octubre, sentada en unas rocas, frente al mar, leía "Schopenhauer, Nietzsche, Freud" de Thomas Mann. En "Relato de mi vida" describía este autor, intimista, las emociones que le había producido el hallazgo de un libro que contenía la obra de Schopenhauer "El mundo como voluntad y representación": "...pero lo más esencial de todo aquello era una embriaguez metafísica que tenía gran relación con una sexualidad que estallaba tardía y violentamente y que era más bien de índole mística y pasional que propiamente filosófica". Un tiempo después yo también me encontré con el mismo libro, que compré por recomendación de un librero que decía que debía aprovechar la ocasión pues iba a ser difícil conseguir aquella edición en adelante. No lo leí entonces, pero el recuerdo de la crítica de Mann junto con un primer vistazo superficial, sus confidencias emotivas y el olor de las páginas de aquella edición, clavaron en mí las primeras flechas de Cupido.

Durante la carrera, cada curso, estudiábamos una asignatura que se llamaba"Historia de la Filosofía" que abarcaba unos cuantos siglos por curso, desde griegos hasta contemporaneos. Había planeado que al llegar a cuarto, siglo XIX, sería la ocasión para dedicarle mi investigación, pero mi sorpresa fue que Schopenhauer no estaba en el programa, estaban Comte, Nietzsche, Hegel, de éste último el profesor titular de la asignatura era un especialista. Ajena, como soy de carácter, a consideraciones más utilitarias me dirigí a él para plantearle mi aspiración, y accedió. ¡Allá Vd., usted verá...! Supongo que, como buen filósofo, no quería poner límites a mis afanes "metafísicos" y me embarqué en una aventura en la que, ahora me doy cuenta, solo contemplaba y primaba mi deseo de adentrarme en aquel enamoramiento. Sólo de él era consciente, no existía para mí el deseo del profesor, que habría volcado sus intereses en el diseño del programa, digo yo, y que sería especialista en Hegel por algo, digo yo. Todo ésto lo veo ahora, mirando hacia atrás, como, por cierto, dice Schopenhauer que es la única forma de conocer nuestra voluntad: "En efecto, el intelecto no se entera de las decisiones de la voluntad más que a posteriori y empíricamente"El resultado ya lo conoceis, feliz durante y feliz al final, todo fué disfrutar ¡Vd. verá! se convirtió en un ¡Deslumbrante, magnífico! (suena a farol, je,je, pero es cierto) en una nota manuscrita que acompañaba a la devolución de mi trabajo. Yo no lo buscaba, lo sé ahora, buscaba solo trabajar sobre aquellas ideas intuídas, desentrañarlas.Y la calificación, la evaluación, la circunstancia, por añadidura, me sorprendió y me gratificó también. ¿Era inconsciente de lo que hacía? No. Era consciente de mi deseo. Y además no tenía miedos que lo enturbiaran, y no era exceso de confianza, pues entonces carecía totalmente de ella. "El perfil de éste (el quehacer) surge al enfrentar la vocación de cada cual con la circunstancia. Nuestra vocación oprime la circunstancia, como ensayándo realizarse en ésta. Pero ésta responde poniendo condiciones a la vocación. Se trata pues de una dinamismo y lucha permanente entre el contorno y nuestro yo necesario" (Ortega).

Es frecuente que la palabra "vocación" esté asociada a un parcial desarrollo de nuestra personalidad, la profesión, la afición, etc. Y sin embargo tengo para mí que la vocación ha de realizarse en todas las facetas de nuestra materialización humana. Nada me parece más estéril que el empeño en hacer lo que el otro quiere, o lo que imaginamos que quiere (la confusión está servida en este terreno tan difícil de delimitar) , sea pareja, amigos, compañeros de trabajo, sociedad,"el mundo", si lo hacemos contrariando el deseo propio esperando recompensa de ello, incluso si la recompensa es para los demás. No solo nos hace permanecer insatisfechos a nosotros mismos sino que ese"sacrificio" (excepción hecha de sádicos y masoquistas) carece de la originalidad necesaria para convertirse también en el placer de aquel al que queríamos "complacer", com-placer solo puede derivar del placer compartido. El resultado suele ser el disgusto, el reproche, en fin, el displacer de todos con su efecto de rebote. Nos obliga a permanecer en un horizonte chato. "Uno por otro, la casa sin barrer". Por el contrario, nada me parece más feliz que hacer lo que uno elige y desea, si además lo puede compartir se multiplicará la satisfacción, pero en todo caso siempre producirá una ganancia, un enriquecimiento, el que conlleva la realización del deseo y el alejamiento de la amargura. Elegir el instante siguiente sin defraudar la necesidad, sin eludirla, dice Ortega. La vocación no es la meta, es el camino, en él se substancia a cada instante. En mi opinión no se trata de reclamar su fraude al "maestro armero" sino de preguntarnos a nosotros mismos cuánto nos hemos defraudado, cuánto de injustos hemos sido con nosotros mismos.

"Y esta verdad es que la voluntad es la esencia de cada fenómeno, pero en cuanto voluntad pura está emancipada de las formas del fenómeno y por consiguiente, de la multiplicidad. Verdad que en relación con la conducta no encuentra otra expresión más elevada que la que le dan los Vedas. !Trat twan asi¡ Éste eres tu. El que se la asimila con claro conocimiento y con firme persuasión y la aplica a todas las críticas que encuentra en su camino, poseerá ipso facto, la fuente de toda virtud y de toda felicidad y estará en el camino de la salvación.".(Todas las citas de Schopenhauer son de "El mundo como voluntad y representación.")
¿Trat twan asi?. Esdedesear

Mi patria: la determinación.

"No sé bien por qué, pero siempre he notado con sorpresa que cuando alguien de mi tiempo se complacía voluptuosamente en rememorar las cosas de la juventud o de la niñez, yo no experimentaba goce alguna en esa inmersión y descenso a aguas pretéritas. Al contrario, el roce con la piel de mi pasado me repugnaba y toda la presunta gracia de la adolescencia y la infancia propias no ha logrado aún vencer en mi lo que tienen de cadavérico, de fenecido. Y no creo que mi vida haya sido especialmente infeliz o impresentable ni más repugnante que la que lo haya sido menos. Cuando se está fuertemente proyectado hacia el futuro, nuestro pasado no hace presa en nosotros con sus deleites particulares..."
Del Prólogo a Obras Completas (1932), por José Ortega y Gasset.


Como no hago diferencias de valor entre el contenido de mis sueños y el de mis pensamientos quiero rescatar, todavía próximo aquel viaje al "pasado" que compartí con vosotros, el sueño de la noche de mi regreso. Es difícil trasladar las sensaciones que las imágenes oníricas nos producen porque en los sueños las aristas entre lenguaje, pensamiento, percepción, sensación, figura, se difuminan y lo que parece tan evidente y significativo cuando estamos dormidos se transforma en incomunicable y aburrido en cuanto despertamos.

Transcurre en el tiempo presente, me encuentro pasando unos días de vacaciones en mi ciudad natal procedente de Bilbao (ciudad en la que empecé a trabajar hace muchos años y que en el sueño es, sin embargo, la de mi vida laboral actual). Repentinamente caigo en la cuenta de que debo incorporarme a un nuevo trabajo, un traslado que ya había solicitado antes de viajar. Ya no tengo que volver a mi anterior destino. Este nuevo puesto de trabajo que, en principio era en el lugar de mi infancia, es ahora en la ciudad donde vivo actualmente.Me incorporo a un despacho repleto de mobiliario antiquísimo, mesas y sillas de madera, máquinas de escribir obsoletas, material de despacho repujado en cuero. Varias personas lo ocupan, debemos sentarnos muy cerca unos de otros. Manifiesto mi preocupación porque hace años que ya no utilizo más que ordenadores. Me preocupa también el hacinamiento, las condiciones que no son buenas para trabajar. Las imágenes de las tres ciudades que se simultanean en el sueño aunque presentan estampas familiares no me resultan confortables, extrañamente, no tengo sentimientos de apego hacia ellas, esto me inquieta, me preocupa y sorprende descubrirlo, sin embargo me envuelve otra sensación más fuerte y abarcante de todas esas imágenes. Siento que esa extrañeza es indiferente, irrelevante, porque me inunda una gran determinación. Volveré a empezar y todo estará bien, lo se. Esta imagen sí me es familiar y confortable.

Nada más lejos de mi intención que hacer interpretaciones de tipo psicoanalítico de escaso valor objetivo y abundante tedio. Más bien quiero enlazar con aquellas palabras de Spinoza "el esfuerzo con que cada cosa intenta perseverar en su ser no implica tiempo finito alguno, sino indefinido", (mi sueño no puede ser más explícito, tal mêlée de tiempos, espacios y hábitos, da cuenta de ello, me parece), para literalmente atrapar una de las sensaciones fundamentales y más queridas por mi. La que con mayor fuerza se me manifiesta como deseable y apasionante: la determinación. No lo haré con mi propio lenguaje afectivo, lo haré con la definición más convicente que conozco, es la que hace Peirce, del que ya os hablé a cuento del pragmatismo, en su trabajo "Qué hace sólido un razonamiento": "...entonces una cierta reunión de sus fuerzas empezará a trabajar, y ese trabajo de su ser hará que considere cómo actuar, y de acuerdo a su disposición, tal y como es ahora, será llevado a formar una resolución respecto a cómo actuará en esa ocasión. Esa resolución es de la naturaleza de un plan, o como uno podría casi decir, un diagrama. Es una fórmula mental siempre más o menos general. Siendo nada más que una idea, esa resolución no influye necesariamente en su conducta. Pero entonces se sienta y sufre un proceso similar a aquel de imprimir una lección en su memoria, cuyo resultado es que la resolución, o fórmula mental, se convierte en una determinación"

La determinación es mi patria porque reconozco el placer que se sigue después de cada paso de la idea, de la resolución, a la determinación, y porque la huella que imprime en la memoria es un peldaño más de la escalera, del que ya no se retrocede una vez comprobada su eficacia. Una punzada en la conciencia lo impide. Creado el hábito, por pequeña que sea la acción, no hay marcha atrás. Hay quien se adhiere al sentimiento rilkeano "la verdadera patria es la infancia", yo soy más de Ortega, la verdadera patria me parece el proyecto, el quehacer:" entre los muchos haceres posibles el hombre tiene que acertar con el suyo y resolverse..." La infancia de las ideas es creer en su omnipotencia, como nos decía Freud, la madurez de los deseos es determinarnos a cumplir la vocación, como nos ofrece Ortega y con él seguiré la semana que viene, esdedesear.