LAS MANCHAS EN EL SOL



Agustín Perozo Barinas.

Para unos, si señalas las manchas en el sol, eres un ingrato por advertir las manchas y no únicamente la luz. Pero resulta que irrebatiblemente hay manchas solares. En física, éstas tienen un origen gravito-electromagnético en la superficie solar. Pero si se escogió relacionar estas manchas con un cuestionable ejercicio del poder, entonces estas manchas no son de origen físico, sino moral. Fernando Morán escribió: “La descripción de la miseria no desmonta el mecanismo que la engendra.”

En 1961 habían dos millones de pobres en República Dominicana. En el 2011, cincuenta años más tarde, tenemos seis millones de pobres, y en aumento. Los últimos cuarenta y cinco años han correspondido a gobiernos análogos emanados de los tres partidos mayoritarios tradicionales. ¿Ha crecido el país? Indudablemente, así como su pesada deuda financiera y su pobreza. Y ambas condiciones tienen sus secuelas que gravitan en toda la sociedad.

En un episodio de propuestas improvisadas contra la pobreza durante una peña en la playa sancristobalense Cocolandia de Palenque, un personaje quijotesco planteó: “¿Cómo emplear, a partir del 2013, a 600,000 dominicanos y 600,000 dominicanas, en un período de ocho años (o sea, 150,000 empleos anuales) con un salario mínimo de 10,000 pesos mensuales, que se indexe cada dos años en relación al Índice de Precios al Consumidor (IPC) acumulado en el período y que disfruten de un aumento salarial real de un 25% cada cinco años?.”

Le espeté, luego de un escueto cálculo aritmético, que emplear toda esa gente, un millón doscientas mil almas, constituiría un monto de ciento cincuenta y seis mil millones de pesos anuales para el presupuesto nacional, además de que indexando esa figura cada dos años, más el aumento de un 25% cada cinco años, implicaría sobre los treinta y nueve mil millones de pesos adicionales anualmente, y que son pesos con un poder adquisitivo definido a la fecha de la implementación de ese plan. A esto habría que sumarle el paquete de incentivos y derechos laborales. Me cuestionó con determinación: “¿Hay otra forma de enfrentar la pobreza?.”

Analizando todas las estadísticas de crecimiento de nuestra economía, con cifras de cientos de miles de millones de pesos en cada giro de lo que se expone desde el Gobierno, pensé que este sujeto no estaba tan atolondradamente perdido en un limbo ni que tuviera un juicio farragoso. No obstante, la curiosidad es como un fiero erizo entre barbilampiñuelos. Le debatí al esclarecido caballero cómo se emplearía esa multitud y con presteza alegó “que nuestro país está aún por hacer donde mayor fortaleza tiene en capacidad productiva renovable, con autosuficiencia y ventaja comparativa en el Caribe insular; esto es, las industrias agropecuaria, forestal y piscicultura, y ser desplegadas para asumir valor agregado, innovación y potencial de exportación en sus operaciones.”

Volví a espolearlo: -¿Y usted cree que esta gente pudiera producir más que su costo laboral para que una proposición de tal magnitud sea práctica y sostenible?-. Admití que replicó ventajosamente: “La paga es sencillamente 500 pesos diarios. Si no podemos emplear esa cantidad de gente en ese período y en las condiciones propuestas, y obtener un retorno por la productividad sobre esos 500 pesos diarios por individuo, entonces derivaríamos en lo mismo que tenemos al presente.”

La cálida playa esperaba y había un ambiente muy chispeante y acogedor. Me fui distanciando del grupo para mojarme por cuarta vez en ese refugio paradisíaco y no era posible contener una última pregunta: -Señor, ¿Y cómo mejorar la formación y enseñanza para un mejor rendimiento de esta gente a emplear?-. Mientras se despedía con un arcano gesto, contestó: “En la casa empieza la buena educación. Sin esos valores, todo va torcido. En la familia está la solución. No lo olvides... En la familia.”