VIRUS Y VERGÜENZA



Hernando Sierra Recio

Es que la vergüenza es como un virus, me dijo el profesor. Yo esperaba algunos datos estadísticos, o algo por el estilo, que comprobaran tal argumento, pero sólo me miró, serio y compasivo, tal vez pensando en la gente que mencionáramos en la conversación que ahora estábamos terminando.

Con el tiempo he ido aprendiendo el sentido práctico de esa afirmación: Sé de gente que se avergüenza innecesariamente, se diría, como por estar frente a alguien a quien supone superior, por ejemplo. También hay otros que sufren por cosas tan simplemente triviales como naturales, tal el muchacho de mi pueblo que se intimidaba cada vez que, frente a su novia, recordaba que él tenía el escroto y los codos arrugados.

Creo que todos hemos tenido que lidiar con gente que, habiéndonos prometido estar a una hora precisa, luego no aparece ni llama, y en el siguiente encuentro nos saluda como de costumbre, sin detenerse a dar la menor explicación, siquiera. Sabemos de padrotes cuyos hijos desconocen y tenemos “amigos” que, habiendo autorizado y pagado innumerables abortos, sin que les duela la conciencia, se mofan de los que tenemos “muchos hijos”.

Del mismo modo conocemos de quienes, después de negociar con los contrarios, a espaldas de su propio partido y ser burlados como niños en esos acuerdos; luego, imponer a su conveniencia los secretarios general y de organización de ese partido, irrespetando los resultados de las votaciones internas; más adelante reservar para los suyos la mayoría de posiciones al Congreso Nacional y terminar conduciendo a su parcela a la más vergonzosa derrota electoral, salen diciendo, en un spot publicitario, que son los salvadores de la organización a la que han estado hundiendo con su evidente menosprecio y sus actitudes traidoras.

También hay quienes han pasado años hablando de economía blindada, crecimiento económico, organización, visión y demás pendejadas, para luego de pasar meses organizando y anunciando un Censo Nacional, terminar firmando un decreto, el mismo día en que debía iniciar el empadronamiento, autorizando su posposición y admitiendo la ausencia de un presupuesto para los mismos.

Ha habido quienes, después de cuchumil años en el gobierno, cacareando a los cuatro vientos la bonanza económica del país y gastando dinero sin control, basados en esa supuesta bonanza, vienen ahora con el infeliz argumento de que el gobierno anterior sigue siendo el culpable del incumplimiento de la ley en lo relativo al 4 % del PIB para educación.

Esos son los mismos que argumentan, sin el menor empacho, que dar más dinero a la educación, sin un plan de acción, no sirve de nada, olvidando que tenemos un llamado Plan Decenal de Educación, por lo que, “a confesión de parte, relevo de pruebas”, dicen los abogados, dado que el desconocimiento de ese “plan” se cuenta entre el prontuario de responsabilidades incumplidas y -qué irónico, ¿verdad?- nos lo esgrimen ahora como una razón válida para irrespetar las leyes que ellos mismos han creado.

Y todavía nos preguntan, en espacio pagado a página completa, que si esa ley existe desde 1997, por qué es precisamente ahora cuando exigimos su cumplimiento... (¡¡Qué coooooo... ntestamos, señores!!??)...

Por eso es que, con los años, he ido entendiendo a León. Bien recuerdo que cuando le pregunté: “...¿cómo asi, profesor; qué tiene que ver la vergüenza con un virus?”, clavando sus ojos en mí, que, curioso, a mis catorce años, esperaba alguna respuesta científica, me contestó:

-Que a quien no tiene, no le da...