Cartas fi(li)eles

"Los hombres no son para vivir amontonados en hormigueros, sino esparcidos sobre la tierra que deben cultivar. Más ellos se reúnen y se corrompen. Las enfermedades del cuerpo así como los vicios del alma, son el efecto infalible de esta concurrencia. El hombre es, de todos los animales, el que menos puede vivir en manada, y los hombres hacinados como carneros se morirían en poquísimo tiempo. El aliento del hombre es mortal para sus semejantes. Esta expresión es menos verdadera en sentido propio que en sentido figurado. Las ciudades son el sumidero de la especie humana. Al cabo de unas generaciones perecen o desgeneral; deben ser renovadas y es siempre el campo lo que logra esta renovación. "

De El Emilio. Por Jean Jacques Rousseau.

Río Pigalle, por el camino de Méséglise (perdóname el plagio Proust)

Queridos: Hay premio para la fidelidad, lo que ocurre es que algunas recompensas tardan mucho en llegar y desesperamos de que lo hagan realmente alguna vez, sucede por ejemplo con la fidelidad a los principios, a las creencias,a las convicciones, porque pertenecen a una esfera íntima y natural que suele ser difícilmente compatible con la esfera social en la que debemos ponerlos en juego, donde rige sobre ellos y atravesándolos el pragmático ejercicio de las convenciones, pero por ser más larga la espera también es mayor la gratificación, si no hemos sucumbido. No es el caso de lo que quiero contaros hoy desde Filiel, porque mi fidelidad se ha visto compensada enseguida, en este caso. Cuando escogí este lugar, puesto que el retiro , el silencio, la libertad, aseguraban el sentimiento de lo sublime (que comentábamos con Kant) me sentí dispuesta a renunciar a algunas cotas del sentimiento de lo bello, aunque tampoco tantas, hay mucho bello en este paraje. Una de ellas era aceptar la escasez del fluído en la corriente de de sus regatos, a los que, sin embargo miraba con ojos amorosos, por su pequeñez y su impotencia tan semejante a la mía propia. Pero, tal como nos explica la doctrina estoica y otras filosofías afines, no existe el mal en el mundo, sólo es una cara del todo poliédrico, y de este invierno furioso, largo y tedioso, me ha "surgido" este maravilloso río que os enseño arriba, por el camino hacia el majestuoso Teleno, que yo llamo camino de Méséglise como sabeis, emulando a Proust, cerca, muy cerca de casa, y !Más! éste otro, en aquel cauce seco que bordeaba mi escaso terreno, por donde decían que "in illo témpore" había discurrido un río. Siento mucho la mala calidad de visionado, el móvil era lo único que tenía a mano.

Río Collins, bajo la colina Phil Collins. (No le pido perdón porque a lo mejor éste no tiene colina alguna con su nombre y hasta le gustaría).

"Hacia el Sur apenas hay que descender por hallarse en los páramos leoneses que extienden largamente, solitariamente, su torbisca verdinegra, por la cual ve acaso el viajero cruzar como en las consejas, una zorra, bermejo el lomo, créctil la grande oreja, fabulizando el hocico. Más allá comienza la tierra que no es sino tierra; la tierra sin verdor vegetal, sin veste botánica; la tierra amarilla, la tierra roja, la tierra de plata, pura gleba, desnudo terruño que subrayan de cuando en cuandolas hileras de altos chopos. Ondula como en tormento la llanada y a veces se revuelve sobre sí misma formando barrancadas y torrenteras, chatos cabezos y serrezuelas broncas. E insospechados, pero siempre en lugares estratégicos pueblos: aquí uno, mirando a dos valles; allá otro, en el bisel de una colina. Siempre inhóspitos, siempre en ruina, siempre la iglesia en medio, con su brava torre alerta, que parece cansada, pero descansa como buen guerrero, de piel, el montante hincado en tierra y sobre su cruz el codo.

La atmósfera es completamente diáfana y en ella, como en un vacío sin obstáculos, la luz entra a torrentes. Merced a esto cada color es llevado a la última potencia de sí mismo. Existe el prejuicio inaceptable de no considerar bellos más que los paisajes donde la verdura triunfa. Creo yo que influye en esta opinión cierto confuso resto de utilitarismo ajeno y aún enemigo de la estética contemplación. El paisaje verde promete una vida cómoda y abundante. El menudo burgués indestructible que se afana siempre en algún rincón de nuestra alma favorece interesadamente nuestro entusiasmo desinteresado hacia los esplendores de la vegetación. No le importa el valor estético de la verdura esmeralda; pero, hipócrita, la alaba mientras piensa en la cosecha que ella anuncia y aplaude el espectáculo con secretas intenciones alimenticias.

En cambio, don Francisco Giner, para quien sólo lo inútil era necesario, solía insistir sobre la superior belleza del paisaje castellano.

No es verde, sin duda; pero es, en cambio, un panorama de coral y de oro, de violeta y de plata cristalina. Los fisiólogos saben muy bien que los colores amarillo y rojo aumentan de un modo automático nuestras pulsaciones y que su número crece tanto más cuanto extensa es la superficie de tonos calientes extendidas ante nosotros.... Castilla, sentida como irrealidad visual es una de las cosas más bellas del universo."

Bellas y sabias palabras de Ortega, como todas las suyas, en "El Espectador". Esdedesear.