Del narcisismo a la madurez (2)

"Al cabo de unas semanas volví a casa de los Florentin a Burton Road, junto a mi madre. Por la noche dormía en la cama de mi padre, junto a la de ella, y velaba por su vida. Mientras oía su llanto ahogado no me dormía; si ella, habiendo conciliado el sueño un momento, volvía a despertarse, su llanto ahogado me despertaba. Por entonces aprendí a quererla, nuestra relación era diferente, yo me convertí en el hijo mayor en más de un sentido. Ella me llamaba y me trataba como tal, y yo tenía la sensación de que confiaba en mí, hablaba conmigo como con nadie más, y aunque nunca me decía nada, yo percibía su desesperación y el peligro en que se hallaba. Me encargué de ayudarla a pasar la noche, yo era el peso que se colgaba de ella cuando no soportaba más su dolor y quería quitarse la vida. Es curioso que yo haya podido vivir así, en rápida sucesión, la muerte y el miedo por una vida amenazada de muerte...


... Yo cuidaba de ella como ella cuidaba de mí, y cuando se está tan cerca de alguien uno acaba desarrollando una sensibilidad infalible para todas las emociones que comparte con esa persona. Por mucho que sus pasiones me desbordaran no le habría dejado pasar un tono falso. No era cuestión de presunción, sino de familiaridad, que me daba derecho a estar vigilante,y yo no dudaba en abalanzarme sobre ella cuando barruntaba alguna influencia extraña, inusual. Durante un tiempo asistió a las conferencias de Rudolf Steiner. Lo que me contaba sobre ellas no sonaba a ella, era como si de pronto hablase un idioma extraño. Yo no sabía quén la animaba a asistir a esas conferencias, no lo hacía por iniciativa propia, y cuando se le escapó el comentario de que Rudolf Steiner tenía algo hipnótico empecé a bombardearla con preguntas sobre él...Me pareció muy insegura, pues yo estaba acostumbrado a que conociera cada sílaba de sus autores, ella que precisamente solía atacar sin piedad a otros acusándolos de tener un conocimiento insuficiente de algún autor y llamándolos charlatanes y atolondrados que lo confundían todo por ser demasiado perezosos y no investigar las cosas hasta el fondo... En el fondo lo más importante para ella era también lo que pudiéramos discutir juntos, sin deformaciones ni retorcimientos, sin prentender algo que todavía no formaba parte de nosotros. No era la primera vez que yo notaba cómo salía ella al paso de mis celos. Además añadió no tenía tiempo para asisitr a esas conferencias...


.. Me ocultaba tenazmente todo lo erótico, el tabú que ella había impuesto sobre este tema en el balcón de nuestra casa de Viena seguía vivo en mí como si Dios mismo lo hubiera proclamado en el monte Sinaí. Yo no preguntaba por ello, nunca mostraba interés, y mientras ella, con ardor y prudencia, me llenaba con todos los contenidos del mundo, aquello que hubera podido confundirme quedaba excluído. Como yo no sabía lo mucho que los seres humanos sienten la necesidad de esta forma del amor, no imaginaba que a ella pudiera faltarle. Ella tenía entonces treinta y dos años y vivía sola, y a mi eso me parecía tan natural como mi propia vida...

..Un segundo bien que mi madre me hizo durante aquellos años compartidos en Zúrich tuvo aún más consecuencias: me ahorró cualquier tipo de cálculo. Nunca le oí decir que hubiera que hacer algo por razones prácticas. No se hacía nada que pudiera ser "útil" para uno. Todas las cosas que yo quisiera aprender eran igualmente legítimas. Me movía al mismo tiempo por cien caminos sin tener que oír que este o aquel era más cómodo, más conveniente o más lucrativo. Lo que importaba eran las cosas en sí y no la utilidad que pudiera extraerse de ellas. Había que ser exacto y escrupuloso y defender una opinión sin hacer trampas, pero había que dedicar esa escrupulosidad a la cosa misma y no la utilidad que de ella pudiera extraerse. Apenas hablábamos de lo que haríamos algún día. Lo profesional se situaba a tal punto en un segundo plano que todas las profesiones estaban abiertas. El éxito no significaba que uno medrase personalmente, el éxito o beneficiaba a todos o no era éxito...



... Mi madre pasó una buena parte de esos dos años en Arosa, en el Waldsanatorium, cuando le escribía le veía flotar como suspendida a gran altura sobre Zúrich, y cuando pensaba en ella miraba involuntariamente hacia arriba. ... Cada semana iban y venian las cartas en las que, al menos por mi parte, nos informábamos de todo. Pero la mayor parte del tiempo yo era independiente de la familia y así surgió otra cosa nueva en su lugar... Yo sentía cada nueva experiencia como algo físico, como una expansión de mi propio cuerpo, a lo que contribuía el hecho de que, aunque yo supiera una serie de otras cosas, lo nuevo no guardaba relación alguna con éstas. Algo separado de todo lo demás venía a instalarse allí donde antes no había habido nada. Una puerta se abría de improviso donde no se esperaba encontrar nada, dejándolo inmerso en un paisaje con luz propia donde todo tenía un nombre nuevo y se expandía más y más... También habían sido liberadas por las nuevas circunstancias de mi vida fuerzas que habían permanecido mucho tiempo supeditadas. Yo ya no vigilaba a mi madre como en Viena y en la Scheuchzerstrasse. Quiza esa hubiera sido también una de las causas de sus enfermedades periódicas. Lo aceptáramos o no, mientras viviéramos juntos tendríamos que rendirnos cuentas mutuamente. Cada uno de los dos no solo sabía lo que hacía el otro, sino que intúía sus pensamientos, y lo que constituía la dicha y la intensidad de esta comprensión era también su tiranía."
De "Historia de una vida. La lengua salvada." Por Elias Canetti.


Perdón, sé que por este camino acabaré con vuestra paciencia. Debo corregirme. Lo haré por obligación en los próximos días que estaré ausente. Tiendo a ello porque realmente me gusta más leer que escribir y porque siempre me parece que nada es comparable a las descripciones de los propios autores, consagrados y admirados por nosotros, que mis pobres palabras para contaros algo de ellos. He escogido esto pasajes de la autobiografía de Canetti, que como sabeis estoy leyendo, en los que relata la relación con su madre, en su adolescencia (tenía 12 años a la sazón), después de la muerte de su padre, cuya poderosa identificación os comenté en una entrada anterior ("del narcisismo a la madurez"). Y lo hago porque me parece que entre los dos relatos se desarrolla una bellísima descripción de la formación de su carácter, sobre la base de un completísimo Edipo que para sí quisiera Freud como analogía, me parece a mi. Canetti cumple en su infancia todos los requisitos que la teoría psicoanalítica aborda para la formación del carácter: desde la lógica líbido narcisista, pasando por fuertes y ricas identificaciónes paternas, dolorosas pérdidas,consiguientes duelos, y devenida madurez. Pero se dá en él una excepcionalidad: habitualmente el niño, el niño que somos, debe hacer ese proceso en su infancia sin sufrir la pérdida real, material, debe renunciar (en ausencia) más o menos pertrechado, con los recursos de que disponga, sin que la fatalidad, como es el caso de Canetti, lo disponga con su imperativo. . En definitiva nos tenemos que arreglar para "matar" a los padres que llevamos dentro, constituídos en "ellos", "superyos" o lo que se tercie, como buenamente podamos y lo que es mas "fuerte", de la calidad de ese tránsito dependen la mayor parte de nuestras herramientas en las madurez y también las características de nuestras neurosis, porque con ambas se completa lo que denominamos nuestro carácter. Veré qué fue pasando con mi autor, estoy en ascuas. Os iré contando. Esdedesear.